
La capacidad innata del cerebro para reorganizarse formando nuevas conexiones neuronales a lo largo de la vida,juega un papel fundamental en la regulación emocional.
Nuestras experiencias emocionales, tanto positivas como negativas, dejan huellas en nuestro cerebro y cuando algunas de estas experiencias en el ser humano se repiten, las conexiones neuronales asociadas a esas emociones se fortalecen o debilitan. Un ejemplo clásico que nos ilustra mejor es lo que sucede en el estrés crónico, al liberar constantemente hormonas como el cortisol, puede llevar a una hiperactividad de la amígdala, esta región del cerebro, clave en la detección de amenazas, en la experiencia y la expresión de las emociones y en la formación de recuerdos emocionales, se vuelve más sensible y reactiva, lo que significa que la persona puede experimentar respuestas mucho más intensas y frecuentes, incluso ante estímulos que normalmente no generarían tales reacciones.
Se ha demostrado con múltiples estudios que el estrés prolongado puede inducir cambios estructurales en la amígdala, aumentando su tamaño y fortaleciendo las conexiones neuronales relacionadas con el miedo y la ansiedad, este proceso de neuroplasticidad mal adaptativa consolida patrones de respuesta negativos, haciendo que la persona sea más propensa a experimentar estrés y ansiedad en el futuro, literalmente el cerebro se “recablea” para ser más reactivo al estrés.
Desde el momento en que nacemos, nuestro cerebro está constantemente adaptándose a las nuevas experiencias y aprendizajes y aunque la velocidad y la magnitud de los cambios pueden disminuir con la edad, el cerebro adulto sigue siendo capaz de formar nuevas conexiones neuronales y de modificar las existentes.
Aunque la neuroplasticidad se basa entonces en procesos biológicos complejos que involucran la creación de nuevas sinapsis, es decir conexiones entre neuronas, el fortalecimiento o debilitamiento de las sinapsis existentes y la generación de nuevas neuronas lo que se denomina neurogénesis, lo maravilloso de todo este intricado cerebral es que no es estático, se adapta y se moldea para brindarnos la posibilidad de nuevos aprendizajes y de incorporar otras estrategias de regulación emocional que nos permiten afrontar mejor el estrés y las situaciones difíciles, en un mundo cada vez más sobre exigente.
A continuación, detallamos algunos factores y prácticas que promueven la neuroplasticidad y la regulación emocional
- Ejercicio físico: El ejercicio regular aumenta la producción de factores neurotróficos, sustancias que promueven el crecimiento y la supervivencia de las neuronas.
- Sueño de calidad: El sueño es esencial para la consolidación de la memoria y la regulación emocional.
- Nutrición saludable: Una dieta equilibrada proporciona los nutrientes necesarios para el funcionamiento óptimo del cerebro
- Meditación.
- Conexiones sociales: Las relaciones sociales positivas promueven la liberación de oxitocina, una hormona que reduce el estrés y fomenta el bienestar emocional.
- Aprendizaje continuo: El aprendizaje de nuevas habilidades estimula la neuroplasticidad y fortalece la capacidad del cerebro para adaptarse al cambio.
- Mindfulness (atención plena): Esta práctica fortalece la corteza prefrontal, el área del cerebro responsable del control cognitivo y la regulación emocional.
- Técnicas de relajación: La respiración profunda, la relajación muscular progresiva y el yoga calman la amígdala, reduciendo la respuesta al estrés.
- Reestructuración cognitiva: La terapia cognitivo-conductual (TCC) nos ayuda a identificar y cambiar patrones de pensamiento negativos que alimentan emociones disfuncionales.
Gracias a todos los avances de la neurociencia tenemos una perspectiva bastante esperanzadora, al comprender cómo el cerebro se adapta, se moldea y cambia, podemos incorporar nuevas estrategias para fortalecer nuestra capacidad de autorregularnos y de promover el bien-estar emocional para vivir una vida más equilibrada y plena.
Equipo Trinidad